No entendía qué estaba pasando. Yo había vivido siempre en ese
lugar, húmedo y apretado. Estaba sentada, mirando a la pared. Mi sentir
era confuso, pero de repente tuve la certeza de que la pared se estaba
yendo hacia atrás, alejándose de mí, y que lo mismo hacían las otras
tres paredes. A medida que retrocedían, la habitación se hacía cada vez
más grande y más luminosa.
Yo también estaba distinta. Mi cuerpo ya no
era el mismo. Sentí dos protuberancias sobre la espalda, como jorobas;
apenas con un movimiento mío estallaron, haciendo que las paredes se
rompan mientras seguían alejándose.
El estallido en mi espalda me
hizo caer, pero en vez de golpearme en la caída me sentí apoyada en el
suelo. Cuando miré hacia abajo, vi seis hermosas manos negras, largas y
delicadas, que salían de mí y me sostenían en el piso. Detrás mío,
cuatro grandes alas, como velas, se desplegaron hacia arriba y hacia
abajo, abrigando mis costados.
El resto fue puro vuelo.
Desde arriba pude ver que la habitación en la que yo antes vivía era ahora
pedazos de pared rotos y desparramados. En cuanto a mí, ya no quedaba
nada: era otra.